Acudir a la galería PerForArt ha sido un doble placer durante los meses
de marzo y abril. No sólo por las atenciones del siempre estimable amigo
Álex, sino también por acoger la última exposición
de Josep Guixà. En cada visita se despertaban los sentidos. Conversar
sobre arte y vida (¿acaso no son lo mismo?) con Álex era en parte
traicionar su interés, porque la pintura de Guixà reclamaba furtiva
e imperiosamente la mirada del recién llegado.
Cada día se aprecia un nuevo detalle en los cuadros de Guixà:
una grieta antes apenas visible en un ladrillo de una pared, una tenue sombra
bajo una erosionada cornisa, el rocío grosero del óxido en una
barandilla vieja, una mancha estrellada en la puerta de madera de un garaje,
podrida por la humedad...
Lo que más conmueve de la obra de Guixà es la ausencia figurativa
de la gente. La pintura es un arte solitario, pero en el caso de Guixà
está aún más remarcado por un dolor humano –ecce
homo, demasiado humano– que va por dentro, como una procesión.
Quizá por eso, en sus manos, la materia cobra espíritu. Guixà
trabaja las costras de color con las técnicas de un albañil experimentado
que conoce la sensibilidad de lo matérico, cambia pincel por espátula
para darle vida orgánica a lo inerte, teje una textura atmosférica
en cada lienzo y sugiere escenas que ya ocurrieron o que están por pasar,
inmovilizando el tiempo, fijando el espacio antes de que el viento o el sol
trastoquen de nuevo su tacto y su luz.
En su serie Interiors velats exhibida en PerForArt, Guixà presenta paisajes
rurales abandonados, fantasmagóricos. Y sin embargo tan vivos. Fachadas
vacías, puertas trabadas, ventanas emparedadas que ocultan un riquísimo
e inagotable mundo interior, por aquello que fueron y vieron vivir o morir.
Guixà siente un cariño especial por las ruinas, sus retratos de
casas mutiladas por el paso del tiempo o castigadas por la mano del hombre desprenden
una ternura casi empática. Guixà comprende el dolor de las cosas,
y lo sabe plasmar con la misma exquisita sensibilidad con la que lo hace Salvador
Alibau, otro poeta de la materia.
La obra de Guixà, no obstante, se va varando progresivamente en un hiperrealismo
impresionista, parcelando la realidad con encuadres perfectos y con composiciones
geométricas sencillas y muy contenidas. Saludablemente abandona con los
años aquél abigarramiento de los emplastes característico
de sus inicios, para airear ahora sus imágenes reflejando espacios muy
abiertos que se escapan más allá de los límites del lienzo.
Como hiciera Muxart, Guixà busca con ahínco la luz del cielo en
su pintura, ya sea en los rayos que se filtran por el enrejado de la Pedrera
(en un cuadro rescatado de 1996), el brillo del rótulo de la antigua
entrada del Liceo o en una tormenta marina de estilo Turner que absorbía
vampíricamente toda la luminosidad de la calle junto a la puerta de la
galería.
Los interiores velados de la muestra de PerForArt parecen querer confesarle
al espectador sus últimos recuerdos más íntimos. Antes
de ser borrados para siempre por la oscuridad del olvido, por la ausencia más
definitiva, por la fría soledad. En esos silencios que hablan de tú
a tú, Guixà nos brinda una contención de los sentimientos
extraordinaria, un grito susurrante que calma tanto como inquieta. Tras la esquina
de cualquier fachada, se amaga la respuesta postrera.
Iván Sánchez